lunes, 12 de marzo de 2012

DÍAS INDEFINIBLES I

Hoy ha sido uno de esos días que no puedo definir como bueno ni como malo. Lo que sí es certero es el cansancio que siento, el agotamiento contra el cual lucho para poder escribir y en un rato para poder terminar con el trabajo pendiente y avanzar unas páginas del adorado y azul libro que me espera.

Si me dejo llevar sólo por lo ocurrido ni bien me levanté entonces, este sería sin la menor duda un día horrible, asqueroso. Desperté de una pesadilla, bueno no tanto pero sí fue un sueño nefasto. Los fantasmas que procuro mantener encerrados en la parte más recóndita de mi mente se apoderaron de mis sueños. Esos malditos seres del pasado invadieron mi plácido sueño. No cabe duda que por más memoria selectiva que una pueda tener el inconsciente siempre nos juega malas pasadas. En realidad, estoy haciendo algo de drama, eso pienso cuando mi lado razonable domina. Sin embargo, cuando mi lado emocional lleva las correas no puedo negar mi verdad, mi lamentable verdad: aún no lo he olvidado. Sigue atormentando mi mente en la más mínima oportunidad. Me refiero al emocional porque el racional se mantendrá ciego a esta verdad con tal de mantener las cosas como están. Lo más seguro es que me siga engañando para poder sobrellevar el día a día. 
Luego pasaron las horas y más cansancio. La rutina de siempre hasta que me topé con una nueva decisión difícil. Era aceptar o no una recomendación. Lo pensé por mucho tiempo. Si accedía significaba abrir las puertas que he procurado mantener cerradas, según yo por mi bien. En fin, después de algunos minutos decidí no aceptar el consejo. Soy muy caprichosa.
Por la tarde aconteció algo que me ha hecho creerme la persona más afortunada y al mismo tiempo la más desgraciada. Poco antes de salir de las prácticas uno de mis compañeros se me acercó y me ofreció un billete de 100 soles. Yo no entendía nada pero él insistía. Después de unos segundos reaccioné...
Hoy fue el último día de la Feria del Libro y yo había sacado mi sustento del mes con la intención de aprovechar alguna oferta. Con el mayor descuido había metido el billete al bolsillo del pantalón y me había olvidado de él.
El billete que flameaba frente a mis ojos era el mío. No sé en qué momento se me calló. Por más que haga memoria no puedo recordarlo. Lo cierto es que volvió. En verdad me he quedado impactada. Cien soles, cuando empiezo a cubrir todos mis gastos por mi propia cuenta son vitales. 
Y bueno, así como la imagen, este día estuvo lleno de pequeños y numerosos contrastes. De cosas agradables y otras no tanto pero igual, aprenderé a vivir con cada una de ellas. Lo bueno es que siempre tendré un lugar donde desahogarme. Es genial. 

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