jueves, 21 de enero de 2010

Pueblito “anti civilización”

Ya casi se termina enero y apenes y voy a escribir sobre mi año nuevo.

Estuve en un pueblitoanti civilización”.
A decir verdad, tiene teléfono, internet, cable y esas cosas que me facilitan la vida, pero no están a mi alcance. Aquí no tengo derecho de encender la tele, ni de usar el teléfono y si quiero internet debo alquilar una cabina y, la verdad, me da mucha pereza.

Habiendo aclarado mi situación me pregunté ¿cómo pasaré los días aquí? Sencillo.

Este es un pueblito con casas de madera, con una gran playa (hay mucha arena). Un pueblito en el que basta pararte en un balcón los sábados por la noche para ver a todos los púberes salir con sus mejores galas a coquetear con, probablemente, la chica(o) que conocen desde la infancia. Aquí todos se conocen o por lo menos se han visto las caras alguna vez en sus vidas.
Aquí todo está cerca o por lo menos lo suficiente como para movilizarte con tus pies, sin embargo, la gente prefiere ir en mototaxi. Los carros son escasos, los pocos que veo, en su mayoría, son de visitantes. Además, con el calor que hace, una moto es lo mejor. Aquí hay un jardinero viejo y jorobado que corre a palos a los intrépidos niños que intentan robar alguna flor. Aquí, si tu abuela te dice anda al mercado y compra limones en el señor de bajando a la derecha, pues encuentras a un señor en ese lugar y es el único que vende limones. Aquí hay solo dos farmacias. Aquí te dicen anda a “la Rosita”, tú extrañado no sabes a ¿cuál Rosita? Pero solo hay una, sí, solo una tienda se llama así. Aquí todos se conocen por los apellidos se su familia. Los mayores te pueden contar historias insospechadas de las andadas de los señorones que se hacen los muy dignos. Aquí todo es muy peculiar. Aquí puedes ver a niños jugando en ese parque hasta muy tarde, sus padres saben que no les pasará nada. Aquí es seguro o eso parece.
Desde mi posición logro ver el mar. Mi vista, al cruzar la pista, se encuentra con una losa deportiva (malecón) y, a continuación, un parque infantil y luego la playa, el mar.
Estuve sin internet y no me aburrí. Por las tardes caminaba a la orilla del mar hasta cansarme. Luego subía el acantilado y me sentaba en unas bancas que daban la impresión de estar a punto de venirse abajo. Era emocionante.
Cuando te alejas de la ciudad, de la tecnología y de todas esas cosas que nos distraen, te detienes a ver a la gente. En esos días pude observar a muchas personas, inventarles alguna historia, ir relacionándolas con otras. En esos días pude apreciar las pequeñas cosas de la vida.