domingo, 26 de septiembre de 2010

El Llanto de Ave

Hace algunos días descubrí un nido de pájaro en una de las ramas de un árbol de mi casa.

La verdad es que no me gustan mucho las aves, ni meterme en la vida de otros, por eso los dejé en paz. Conforme fueron pasando los días, me olvidé de ese nido y de los pajaritos que estaban por nacer.

Continué con mi rutina diaria hasta ayer, cuando me percaté de un sonido que me había acompañado todo el día y que hasta ese momento había ignorado. Un pajarito cantaba, o eso creía yo.

Durante la mañana escuchar el canto de un pájaro es algo normal. Durante la tarde sigue siendo normal. Pero a las 10 p.m. el sonido deja de ser normal. Entonces, empecé a creer que el canto podría ser algo más.

Tuvieron que pasar unos minutos para darme cuenta de la relación. Entonces, fui hasta el árbol y lo descubrí. Los huevos se habían caído y los padres estaban en el nido roto llorando. Nunca había escuchado llorar a un ave. El sonido era triste. Entendía que una pérdida siempre es dolorosa y que los animales pueden ser más humanos que nosotros.

Esas aves creyeron haber construido un nido fuerte. Trabajaron pero no fue suficiente.

viernes, 26 de febrero de 2010

Desde el auto

Sentada junto a la ventanilla ve las calles pasar
El auto avanza y muchas cosas quedan atrás,
es momento de continuar.

Si desea o no avanzar
Nadie nunca lo preguntará.

El semáforo en rojo,
permite al auto parar

Observa a su alrededor,
muchas cosas ve pasar

Hay quienes felices están
Hay quienes en su despedida están
¿Es un adiós? Solo ellos lo sabrán
Por ahora es eterno
Pero solo el tiempo dirá

Quizás en un par de años se volverán a encontrar
Quizás ya nunca se volverán a observar

El semáforo en verde
le pide al auto continuar

Las calles pasan
La vida pasa
Y los recuerdos quedan

A lo mejor pronto volverá a estar en aquel lugar al que ahora dice adiós
A lo mejor tan solo lo verá pasar desde la ventanilla de otro auto al avanzar.

jueves, 25 de febrero de 2010

De febrero y otros cuentos


Había estado queriendo escribir algo respecto a este mes tan “romántico”. Me debo confesar una principiante de los shojö y los dramas coreanos, sin embargo, esto no hace que mi vida amorosa sea: “romántica”.

Desde hace algunos años, de pura casualidad (o eso creo, a menos que haya sido mi inconsciente) en febrero siempre he leído una historia de amor: Romeo y Julieta, El huerto de mi amada, María, El amor en los tiempos del cólera, Travesuras de la niña mala. Algunas mucho más tiernas que otras.
Así que este año decidí hacerlo deliberadamente y fui a la librería con el propósito de comprar una historia de amor de Murakami. No sé si fue el Rey demonio (referencia a NANA) o mi destino se aleja del romanticismo pero todos se habían agotado. Tampoco he ido a otra librería, sencillamente lo he dejado pasar, además, ya me gasté el dinero, así que es por demás.
Este febrero lo he pasado sola, no es el primero y estoy segura que tampoco será el último. Sin embargo, no me disgusta ni envidio a otras parejas ni tampoco odio los 14 de febreros. Soy del tipo de personas que prefiere no complicarse la vida y dejar que el tiempo pase.

En mi opinión, las personas que se complican tanto la vida por un 14 de febrero solitario gustan del masoquismo. En realidad a todos nos gusta un poco. Pero vamos, es solo un día, tampoco es que tengamos que esperar a que sea 14 para celebrar un amorío o relación seria o verdadero amor o como prefieran llamarlo.

Considerándolo mejor, no soy la persona más indicada para dar consejos sobre el tema. Con una ideología tan liberan: “El amor es para siempre pero no hacia la misma persona”, no tengo el derecho de proclamarme en contra o favor de las actitudes que cada uno de vosotros toma respecto a este tan subjetivo tema.

jueves, 21 de enero de 2010

Pueblito “anti civilización”

Ya casi se termina enero y apenes y voy a escribir sobre mi año nuevo.

Estuve en un pueblitoanti civilización”.
A decir verdad, tiene teléfono, internet, cable y esas cosas que me facilitan la vida, pero no están a mi alcance. Aquí no tengo derecho de encender la tele, ni de usar el teléfono y si quiero internet debo alquilar una cabina y, la verdad, me da mucha pereza.

Habiendo aclarado mi situación me pregunté ¿cómo pasaré los días aquí? Sencillo.

Este es un pueblito con casas de madera, con una gran playa (hay mucha arena). Un pueblito en el que basta pararte en un balcón los sábados por la noche para ver a todos los púberes salir con sus mejores galas a coquetear con, probablemente, la chica(o) que conocen desde la infancia. Aquí todos se conocen o por lo menos se han visto las caras alguna vez en sus vidas.
Aquí todo está cerca o por lo menos lo suficiente como para movilizarte con tus pies, sin embargo, la gente prefiere ir en mototaxi. Los carros son escasos, los pocos que veo, en su mayoría, son de visitantes. Además, con el calor que hace, una moto es lo mejor. Aquí hay un jardinero viejo y jorobado que corre a palos a los intrépidos niños que intentan robar alguna flor. Aquí, si tu abuela te dice anda al mercado y compra limones en el señor de bajando a la derecha, pues encuentras a un señor en ese lugar y es el único que vende limones. Aquí hay solo dos farmacias. Aquí te dicen anda a “la Rosita”, tú extrañado no sabes a ¿cuál Rosita? Pero solo hay una, sí, solo una tienda se llama así. Aquí todos se conocen por los apellidos se su familia. Los mayores te pueden contar historias insospechadas de las andadas de los señorones que se hacen los muy dignos. Aquí todo es muy peculiar. Aquí puedes ver a niños jugando en ese parque hasta muy tarde, sus padres saben que no les pasará nada. Aquí es seguro o eso parece.
Desde mi posición logro ver el mar. Mi vista, al cruzar la pista, se encuentra con una losa deportiva (malecón) y, a continuación, un parque infantil y luego la playa, el mar.
Estuve sin internet y no me aburrí. Por las tardes caminaba a la orilla del mar hasta cansarme. Luego subía el acantilado y me sentaba en unas bancas que daban la impresión de estar a punto de venirse abajo. Era emocionante.
Cuando te alejas de la ciudad, de la tecnología y de todas esas cosas que nos distraen, te detienes a ver a la gente. En esos días pude observar a muchas personas, inventarles alguna historia, ir relacionándolas con otras. En esos días pude apreciar las pequeñas cosas de la vida.